La leyenda más conocida es la que cuenta que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos ciegos y San Antonio les curó; desde entonces la jabata no se separó de él.
La vida de San Antonio Abad fue recogida, junto con otros relatos hagiográficos, en “La leyenda dorada”, escrita por el monje dominico Jacobo de la Vorágine, arzobispo de Génova, en el siglo XIII. En ella se cuenta que nació en el año 251 en Heracleópolis Magna (Egipto) y murió en Monte Colzim (Egipto), en el año 356, alcanzando los 105 años de edad. Hijo de familia acomodada, a la muerte de sus padres vendió todas sus posesiones, entregando el dinero a los pobres para vivir una vida ascética, convirtiéndose en el fundador del movimiento eremítico cristiano.
San Antonio es recordado no sólo por las tentaciones con las que dicen que el diablo le atormentó durante años, sino también como el santo protector de todos los animales, los cesteros (trabajó como fabricante de cestos), los carniceros, los enterradores, los ermitaños, los monjes, los porquerizos, las enfermedades de la piel en general y de las enfermedades contagiosas en particular.
Se representa a san Antonio Abad como un anciano, con el hábito de la orden y con un cerdo a sus pies. Sus atributos más habituales son el bastón en forma de tau, pudiendo aparecer ésta en ocasiones bordada en el hábito del santo; el libro, el rosario, la esquila, las llamas del fuego de san Antón y el cerdo.
Ya en el siglo XI, la Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio, los Hospitalarios o Antonianos, se pusieron bajo la advocación de San Antonio Abad. Tenían como misión cuidar de los enfermos de ergotismo, enfermedad que también se llamó “fuego de San Antón”. Esta enfermedad estaba provocada por la ingesta de pan de centeno contaminado por el hongo del cornezuelo, que provocaba alucinaciones, convulsiones, necrosis de los tejidos y gangrena. La enfermedad comenzaba con un frío intenso en todas las extremidades, para convertirse en una quemazón aguda. Además del ergotismo, los Antonianos ofrecían atención y cuidado a enfermos con otras enfermedades contagiosas: sarna, peste, lepra y enfermedades venéreas.
La conexión entre San Antonio y los cerdos se deriva de la costumbre que tenían los Antonianos de dejar sueltos por las calles a sus piaras de cerdos, que llevaban colgada una campanilla y una marca especial en el cuello, con el privilegio de poder utilizar los pastizales comunes. El 23 de diciembre o el 17 de enero, eran sacrificados y su carne bendecida en la iglesia, se destinaba a los hospitales que regentaban y se repartía entre los pobres o bien se vendía para cubrir los gastos derivados de la atención a los enfermos. Así mismo, con la grasa de los cerdos y determinadas hierbas medicinales fabricaban ungüentos para la cura de las heridas causadas por las diferentes enfermedades.
Los Caballeros de San Antón llegaron a España en el siglo XII, a través del Camino Francés, abriendo varios hospitales en diferentes puntos para atender a los peregrinos enfermos que iban a Santiago buscando remedio para el ergotismo.
Tras la caída de Constantinopla en el siglo XV, las reliquias de San Antonio se trasladaron a la abadía de Saint Antoine-en-Viennois, celebrándose desde entonces su onomástica el 17 de enero.
Dicen que la noche del 17 de enero los animales adquieren la capacidad de hablar...
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